Santo Tomás. El apóstol de la duda.

Señor, no sabemos dónde vas ¿Cómo podemos saber el camino?”

Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.”

  Ha pasado a la historia como el símbolo de la desconfianza.

Es contradictorio; será el primero en decir, impetuosamente: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Pero luego no estará. Probablemnte, también es un solitario; cuando se aparece Jesús en el cenáculo a los discípulos, Tomás no esta.

  Fue el más pesimista, el más melancólico, el más áspero y por lo tanto el más terco de todos los discípulos. Era la encarnación de la duda, abatido, escéptico, obstinado.

Solo después de la resurrección cree y el evangelio nos transmitirá, con él, la novena bienaventuranza:

“Dichosos los que no han visto y han creído.”

  En la iamgen atisbamos esos rasgos en su semblante hosco, oscuro, en su mirada huidiza, de alguien que mira hacia arriba porque se siente pequeño, inseguro. En el Paso y en la composición de capilla, normalmente, lo veremos al lado de Judas Iscariote, entre los unos y el otro.

 
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