20 años del Cristo del Amor Fraterno.

             

Recuerdo un Capítulo de la Cofradía lejano en el tiempo, en el salón de actos de Santa Mónica. Corría el año 1985 y proponía, en nombre de la Junta de Gobierno, la realización de una imagen de Jesús, con un cáliz o el pan en la mano, en actitud de consagrar, y un paso para llevarlo a hombros por las calles de Zaragoza.

Eran otros tiempos; teníamos un Paso de la Cena al que se la había hundido encima la techumbre del garaje en el que se guardaba. No sabíamos cómo acometer los arreglos que necesitaba y nos pareció una buena solución para representar del mejor modo posible el misterio de la Eucaristía en nuestra Semana Santa.

Al año siguiente, Antonio Matute estuvo de viaje por el Levante, contactó con el escultor don Antonio Labaña y trajo unas fotos de una imagen que se veneraba en la Catedral de Murcia.

Poco a poco fue fraguando en la Cofradía la idea de realizar esa imagen de Jesús que nos permitiera presentar en primer plano sus manos con el pan: la Institución de la Sagrada Eucaristía.

Fue en 1989 cuando, en un viaje, don Antonio Labaña pasó por Zaragoza y un grupo de hermanos nos reunimos con él, en el hotel Palafox, para intercambiar ideas y pulsar la posibilidad de realizar la imagen.

Poco después, en un Capítulo, acordamos hacer la imagen y el paso para llevarla en andas.

Así llegamos a aquél Martes Santo de 1991 en el que íbamos a poder ver la nueva imagen, el nuevo paso, que se iba a bendecir al terminar nuestro Vía Crucis.

Recorrí las calles en el Vía Crucis, desde el Colegio de La Salle hasta el Perpetuo Socorro, preguntándome entre marcha y marcha, entre "palillazo" y "palillazo", cómo sería, cómo luciría en las calles la próxima noche de Jueves Santo.

Llegó el momento, estaba en un banco de la derecha, con el tambor colgado del hombro y los palos entre las manos. Comenzaron a avanzar con el nuevo Paso, con la deseada imagen, por el pasillo central de la Iglesia.

Lo llevaban entre doce hermanos, lentamente se fue torciendo el Paso, cruzándose en el pasillo. Su andar se hizo irregular. Por momentos parecía que no avanzaban, que no iban a poder llegar hasta el altar. Se me hizo un nudo en la garganta, no por la emoción del momento, si no al preguntarme cómo iban a bajar el Jueves hasta San Cayetano.

Finalmente llegaron al altar y bajaron el Paso al suelo. Nuestro Consiliario se acercó y lo bendijo. Tras la bendición, el Hermano Mayor, con cara de preocupación, se acercó al micrófono. "¿Lo habéis visto? - Dijo.- No pueden, no podemos".

Lo he contado muchas veces, pero no me importa repetirlo una vez más, en ese momento se me cayeron los palos del corazón y supe que mi tambor, ese año, iba a dormir la noche de Jueves Santo en el maletero del coche. Lo que no sabía esa noche es que, ese sueño, iba a durar tantos años.

Al día siguiente estuvimos en un improvisado ensayo treinta y dos hermanos, dos relevos completos de dieciséis. Los mismos que el día siguiente sacamos el Paso por primera vez a las calles de Zaragoza.

Han pasado veinte años. La noche del Jueves Santo volveré a meterme bajo las trabajaderas de nuestro Paso para sacar, una noche más, al Cristo del Amor Fraterno por las calles de nuestra ciudad para pregonar el misterio de la Sagrada Eucaristía.

Han pasado veinte años, somos un poco más viejos, nuestras vidas han seguido avanzando, a algunos nos ha cambiado mucho. Pero seguimos al lado de esta imagen de Cristo que, con el pan en la mano, ha inundado todos los rincones de nuestra Cofradía y, desde lo alto de su Paso caoba y plata, tallado, con sus cartelas, sus flores, sus velas y el paso cadencioso de sus costaleros, ha trascendido los sentimientos y las emociones de nuestra Ciudad.

Seguiré a su lado. Seguiré sacando su Paso alguna noche más -pocas ya-. Hoy me quedo soñando en su veinticinco aniversario seguir viendo su Pan y que sus palabras de amor alcancen definitivamente nuestros corazones y en poder ver su Paso terminado.

Enrique Martínez.

 
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